COMENTARIO DEL SIPHRA - DZENIUTTA POR
SIMEÓN BEN-JOCHAI
I
Jerusalén acababa de ser destruida por los romanos. Estaba prohibido a los judíos, bajo la pena de muerte, ir a llorar ante las ruinas de su patria. La nación entera fue dispersada y las tradiciones santas se perdieron. La verdadera cabala había cedido el puesto a sutilidades pueriles y supersticiosas. Entonces fue cuando un rabino venerable, llamado Simeón Ben-Jochai, reunió en su derredor a los últimos iniciados de la ciencia primitiva y resolvió explicarles el libro de la alta teogonía, denominado el libro del MISTERIO. Todos sabían el texto de memoria, pero el rabino Simeón era el único que conocía el sentido profundo de este libro, que se transmitía de boca en boca y de pensamiento a pensamiento, sin jamás explicarlo ni escribirlo.
Para reunirlos he aquí las palabras que les dirigió:
- ¿Por qué en estos días tormentosos permanecéis como una casa que se apoya en una sola columna o como el hombre que se tiene en un pie? Es tiempo de obrar por el Señor, pues los hombres han perdido el verdadero sentido de la ley.
Nuestros días se acaban, el Maestro nos llama, la mies está desparramada y los vendimiadores extraviados no saben dónde esta la viña.
Reuníos en esta campiña que fue un vergel, hoy día abandonado. Venid como para combatir, armados de prudencia, de sabiduría, de inteligencia, de ciencia y de atención; que vuestros pies queden libres como vuestras manos.
Reconoced como único maestro a Aquél que dispone de la vida y de la muerte, y nosotros proferiremos, reunidos, las palabras de verdad que los santos del cielo quieran oír y que vengan en nuestro derredor a escuchar.
En el día señalado los rabinos se reunieron en medio de los campos, en un espacio circular rodeado de muros.
Llegan silenciosamente; Rabí Simeón se sienta en medio de ellos, y al verlos a todos reunidos llora.
- ¡Desgraciado de mí - exclama -, si revelo los grandes misterios!. ¡Desgraciado de mí si los dejo ignorados!.
Los rabinos permanecieron silenciosos.
Al fin, uno de ellos, llamado Rabí Abba, tomó la palabra y dijo:
- Con permiso del Maestro. ¿No está escrito: Los secretos del Señor pertenecen a los que le temen?. Y todos los que estamos aquí ¿no tememos al Señor, y no estamos ya iniciados en los menesteres secretos del Templo?
He aquí los nombres de los que estaban presentes: Rabí Eleazar, hijo del Rabí Simeón; Rabí Abba Jéhuda; Rabí José, hijo de Jacob; Rabí Isaac; Rabí Thiskia, hijo de Raf; Rabí José y Rabí Jesa.
Todos, para iniciarse en el secreto, dirigieron sus manos a la de Rabí Simeón con el dedo hacia el cielo. Después se sentaron al aire, ocultos por la sombra de los grandes árboles.
Rabí Simeón se levantó y oró; después se sentó y les dijo: - Venid y posad vuestra mano derecha sobre mi pecho.
Así lo hicieron; y él tomando todas las manos con las suyas les dijo: - ¡Maldito sea aquel que se fabrique un ídolo y lo oculte!. ¡Desgraciado el que cubra la mentira con velos de misterio!
Los ocho rabinos respondieron: Amén.
Rabí Simeón continuó:
- No hay más que un verdadero D-s, ante el cual los dioses no son nada; tampoco hay más que un solo verdadero pueblo, que es el que adora al verdadero D-s.
Después llamó a su hijo Eleazar y le hizo sentar ante él. Al otro lado colocó a RabAbba y dijo: Nosotros formamos el triángulo, que es el tipo primordial de todo lo que existe; nosotros representamos la puerta del templo y sus dos columnas.
Rabí Simeón no habló más y sus discípulos guardaron silencio. Entonces se oyó un murmullo confuso como el de una gran asamblea.
Eran los espíritus del cielo que habían descendido para escuchar. Los discípulos se estremecieron, pero el Rabí Simeón les manifestó: - No temáis nada y regocijaos. Está escrito; Señor, he sentido tu presencia y he temblado.
Dios ha reinado sobre los hombres en otro tiempo por el temor, pero en la actualidad nos gobierna por el amor.
¿No se ha dicho: Amarás a tu D-s; y no ha dicho EL mismo: Yo os he amado?
Después agregó; - La doctrina es para las almas serenas; las almas agitadas y sin equilibrio no pueden comprender-la; ¿se puede asegurar un clavo en una muralla móvil, pronto a derrumbarse al menor choque?
El mundo entero está fundado en el misterio, y se necesita discreción cuando se trata de asuntos terrestres, cuando más reservados debemos ser cuando se trata de dogmas secretos que D-s no revela ni a los más elevados de sus ángeles?
El cielo se inclina para escucharnos; pero yo no me expresaré sin velos. La tierra se emociona para oírnos; pero yo no les hablaré sin parábolas.
Somos en este momento la puerta y las columnas del Universo.
En fin. Rabí Simeón habló y una tradición conservada en el arcano de los arcanos nos asegura que cuando abrió la boca la tierra tembló bajo sus pies, y sus discípulos sintieron la conmoción.
II
Habló primeramente de los reyes que han reinado en el Edén antes de la venida del rey de Israel, imágenes de potencias mal equilibradas que se manifestaron al principio en el Universo con el triunfo de la armonía.
D-s, dijo, cuando quiso crear cubrió con velo su gloria y en los pliegues de ese velo proyectó su sombra.
De esa sombra se destacaron los gigantes que dijeron: “Somos reyes, cuando no éramos más que fantasmas”.
Ellos aparecieron porque D-s se había ocultado iniciando la noche en el caos, y desaparecieron cuando dirigió hacia Oriente la cabeza luminosa, la cabeza que la humanidad proclama su D-s, el sol regulador de nuestras aspiraciones y pensamientos.
Los dioses son las ilusiones ópticas de la sombra y D-s es la síntesis de los esplendores. Los usurpadores caen cuando el rey asciende a su trono, y cuando D-s aparece los dioses se desvanecen.
III
Después, cuando hubo permitido la existencia de la noche, para que aparecieran las estrellas. D-s se volvió hacia la sombra que engendró, y la miró para darle forma.
Impresionó una imagen en el velo con que había cubierto su gloria, y esa imagen le sonrió; y quiso que esta imagen fuese la suya para crear al hombre a semejanza de ella.
Ensayó en cierto modo la prisión que quería dar a los espíritus creados. Miraba la figura que debía ser algún día la del hombre y su corazón se estremeció, pues presumió las quejas de su criatura.
Tú quieres someterte a la ley, decía, pruébame que esta ley es justa sometiéndome tú mismo a ella.
Y D-s se hizo hombre para ser amado y comprendido por los hombres.
Así le conocemos sin conocerle; nos muestra una forma sin tenerla. Lo suponemos viejo cuando, en realidad no tiene edad.
Está sentado en un trono, del que se escapan eternamente millones de chispas y predice el porvenir de los mundos.
Su cabellera radiante hallase sembrada de estrellas.
El Universo gravita en derredor de su cabeza y los soles se bañan en su luz.
IV
La imagen divina es doble. Tiene la cabeza luminosa y la cabeza sombría; el ideal negro; la cabeza superior y la cabeza inferior. Una es el sueño del Hombre-D-s; la otra es la suposición del D-s-Hombre. Una, la forma del D-s de la Sabiduría; la otra, el ídolo del vulgo.
Toda luz, en efecto, supone una sombra, y no llega a ser claridad más que por oposición de esa sombra.
La cabeza luminosa vierte sobre la cabeza negra un rocío de esplendor. Ábreme, mi bien amado, dijo D-s a la inteligencia, puesto que mi cabeza está inundada de rocío y por los bucles de mis cabellos resbalan las lágrimas de la noche. Ese rocío es el maná del que se alimentan las almas de los justos. Los elegidos tienen hambre y la calman con exceso en las campiñas del cielo.
Las gotas son perlas redondas, brillantes como el diamante y limpias como el cristal.
Son blancas y brillan con todos los colores, pues la simple y única verdad es el esplendor de todas las cosas.
V
La imagen divina tiene trece rayos: cuatro a cada lado del triángulo que la limitan y uno en la junta o vértice superior.
Dibujadlo en el cielo con vuestro pensamiento, trazad las líneas de estrella y contendrá tres millones seiscientos mil mundos.
El anciano superior, denominado Macroprosopo o la gran hipótesis creadora, se llama también Arich-Anphin, es decir, el rostro inmenso. El otro, el dios humano, la sombra del Microprosopo, es decir, la hipótesis restringida, se titula Seir-Anphin o cara menor.
Cuando este rostro mira la faz de luz, aumenta y llega a ser armonioso. Entonces todo se ordena, pero no puede ser permanente, pues los pensamientos del hombre son variables como él.
Pero un rayo de luz reúne siempre la sombra a la claridad. Ese rayo cruza las innumerables concepciones del pensamiento humano y las unifica al esplendor divino.
La cabeza luminosa extiende su blancura sobre todas las cabezas que piensan conforme a la ley y la razón.
VI
La cabeza del anciano supremo es un recipiente inviolable, en el que se contiene la sabiduría a la manera de un vino estacionado.
Esa sabiduría es impenetrable; se la posee en silencio; y no es alterada por las vicisitudes del tiempo.
Ella es la luz, pero la cabeza negra es la lámpara. El aceite de la inteligencia le es medido y su claridad se manifiesta por treinta y dos vías.
El D-s revelado, es el D-s velado. Esa sombra humana de D-s, es como el misterioso Edén, de donde surgía un manantial que alimentaba cuatro ríos.
Nada surge de D-s. Su sustancia no se esparce. Nada sale de EL ni nada entra, pues es impenetrable e inmutable. Todo lo que comienza, todo lo que aparece, todo lo que se divide, todo lo que obra y pasa, comienza, perece, se divide, y pasa en su sombra. Pero EL es inmutable en su luz y permanece tranquilo como el vino añejo que no se agita nunca y que reposa en su tonel.
No tratéis de penetrar los pensamientos de la cabeza misteriosa. Sus pensamientos íntimos están ocultos, pero sus pensamientos exteriores y creadores resplandecen como una cabellera blanca y sin sombra, cuyos cabellos no se entrelazan los unos con los otros.
VII
Cada cabello es un rayo de luz que relaciona millones de mundos. Los cabellos se dividen en su frente y caen a los dos lados, pero cada lado es el lado derecho. Pues en la imagen en la que constituye la cabeza blanca no hay lado izquierdo.
El lado izquierdo de la cabeza es la cabeza negra, pues en el simbolismo tradicional, lo inferior equivale a la izquierda.
Entre lo superior y lo inferior de la imagen no debe haber más antagonismo que el que existe entre la mano derecha y la izquierda del hombre, puesto que la armonía resulta de la analogía de los contrarios. Israel en el desierto, exclamó desalentado:
¿D-s está con nosotros o no está?.
Se referían al conocido y no al desconocido.
Así separaban la cabeza blanca de la cabeza negra.
El dios de sombra se transformaba en fantasma exterminador.
Eran castigados porque habían dudado por falta de confianza y amor.
No se comprende a D-s, pero se le ama, y es el amor el que origina la fe.
D-s se oculta al espíritu del hombre, pero se revela a su corazón.
Cuando el hombre afirma: No creo en D-s, es como si dijera: No amo. Y la voz de sombra le responde: Tú morirás, porque tu corazón abjura de la vida.
El Microprosopo es la gran noche de la fe, y en ella viven y suspiran los justos.
Extienden sus manos y se prenden a los cabellos del padre, de los que se deslizan gotas de luz que iluminan la noche.
Entre las dos partes de la cabellera suprema está el sendero de la alta iniciación, el sendero del medio, el sendero de la armonía de los contrarios.
Allí todo se comprende y se concilia. Allí únicamente el bien triunfa y el mal no existe.
Ese sendero es el del supremo equilibrio y se denomina el último juicio de D-s.
Los cabellos de la cabeza blanca se esparcen igualmente bien ordenados por todos lados, pero no cubren las orejas.
Los oídos del Señor están siempre atentos para escuchar la oración.
Nada podrá impedir el que oiga el clamor del huérfano y la queja del oprimido.
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