jueves, 7 de febrero de 2013


El significado secreto de la Biblia 


En el principio creó Dios los cielos y la Tierra. La Tierra era caos y vacío, y la oscuridad encima del abismo; y el espíritu de Dios flotaba por encima de las aguas. Y dijo Dios: ‘Haya luz.’ Y hubo luz.
                                                                       (La Torá, El Pentateuco)

Imagina nuestro universo por un momento: la inmensa cantidad de galaxias, estrellas y mundos. Ahora imagina que eliminamos un fragmento específico del espacio. ¿Cómo concebir el vacío restante si no hay nada que pueda medirse o describirse? En realidad, interpretamos todos los fenómenos desde la perspectiva de tiempo, espacio, y movimiento. No podemos visualizar algo que sea absolutamente estático, congelado en el tiempo, sin volumen. Esta es una analogía de nuestra percepción de los mundos espirituales en donde no hay tiempo, movimiento, ni siquiera espacio. Ya que nuestra realidad y pensamientos se basan en estos conceptos físicos, resulta que no existe conexión alguna entre la espiritualidad y la forma en que construimos la realidad material basándonos en nuestras observaciones y sensaciones. Como resultado, no tenemos las palabras, el vocabulario que nos permitan expresar conceptos espirituales. 
Así es que si la Cabalá es el estudio de los mundos espirituales, ¿cómo es posible que podamos disertar sobre algo que no podemos ni imaginar? Si somos absolutamente incapaces de concebir la espiritualidad, entonces, ¿cómo podemos entender lo que está escrito en los libros cabalistas?

Lo que está descrito en la Torá (La Biblia) 

Cuando estudiamos la Torá (el Pentateuco, la Biblia) debemos tener presente que todas las palabras de la Torá y los demás libros sagrados, sólo en apariencia tienen relación con vocablos de nuestro mundo. Los términos, por tanto, representan objetos espirituales y raíces, que de ninguna manera tienen conexión con nuestro mundo. No debe existir confusión entre estos conceptos espirituales y los objetos físicos. La Torá encierra los nombres sagrados del Creador, que representan los grados de elevación del hombre hasta Él. Equivale a nuestra costumbre de dar nombre a un objeto de nuestro mundo, en función de la manifestación del mismo en nuestros sentidos. La Torá en su totalidad describe los niveles en que nos acercamos y vamos sintiendo al Creador. 

El Pensamiento de la Creación y el Lenguaje de la Cabalá 

Todos los mundos, incluyendo el nuestro y los objetos que hay allí, está en consonancia con el pensamiento único de la creación: dar placer infinito a la criatura – el alma. Este propósito envuelve a toda la creación, de principio a fin. Es el que determina el sufrimiento que tenemos que pasar, el trabajo interno que debemos hacer y la recompensa.
Después de la corrección individual, todas las almas se reunirán en una sola. Y esta alma no sólo va a experimentar un placer doble (sentir placer y dar placer al Creador), sino que este se verá multiplicado por el número de almas ahí reunidas. Mientras tanto, entre más personas asciendan espiritualmente como resultado de su trabajo interno, mayores posibilidades tendrán de percibir la verdadera realidad y la sensación de otros mundos. Podrán llegar a ellos durante su existencia física.
El aparentemente extraño léxico de la Cabalá se convierte en el lenguaje de las acciones, pensamientos y sentimientos, con ideas opuestas en nuestro mundo, uniéndose en una sola raíz.
Por ejemplo, “Jerusalén” en literatura cabalista, no se refiere a una ciudad física, sino a ciertas fuerzas espirituales y una concentración de esta energía, que tiene un lugar específico en el sistema de los mundos espirituales. Además, en la Cabalá, las partes del cuerpo humano, como “Rosh” (cabeza), “Guf” (cuerpo), “Jazé” (pecho), “Peh” (boca), “Einaim” (ojos), etc., se refieren a sus raíces espirituales. La palabra “Rosh” implica la parte del objeto espiritual que toma las decisiones, mientras “Guf” se refiere al conjunto de funciones ejecutoras.
Las descripciones del mundo Superior, son una manera de definir nuestra alma y su grado de cercanía con el Creador, su cada vez más creciente sensación de Él. La Cabalá divide al alma colectiva en partes y le da a cada una un nombre específico que corresponde a sus atributos. Pasa después a describir las acciones de estas partes. Este es el lenguaje de los sentimientos, sin embargo, es muy preciso y a menudo utiliza gráficos, dibujos, y fórmulas. La Cabalá detalla la ingeniería del alma.
Aún así, ¿cómo podemos emplear nuestro lenguaje tan indefinible y limitado para escribir sobe investigaciones y descripciones espirituales tan precisas? 
¿Cómo se puede aplicar una lengua que nació de una sensación subjetiva de “nuestro mundo” para transmitir una sensación objetiva de la espiritualidad? Por ejemplo, al escuchar la palabra “luz” (que es un concepto difícil de comprender), imaginamos la luz solar, que no tiene relación alguna con la luz espiritual.
Sin embargo, la luz en nuestro mundo puede interpretarse de diversas formas. Se puede usar la palabra en un contexto diferente como “el alma se inunda de luz”, “eres como un rayo de luz”, especialmente cuando sentimos una satisfacción en el Kli (la vasija), o al referirnos a una mente o pensamiento brillante.
Si yo elijo las palabras que coincidan con mis sensaciones y te las transmito, tú vas a vislumbrar tus propias sensaciones que supones corresponden a mis palabras; necesitamos, por tanto, tener un patrón común que nos ayude a medir la semejanza de la emoción que evoca la misma palabra o noción. Mis sensaciones, no son necesariamente idénticas a las tuyas, sin embargo, necesitan hacernos sentir algo similar, si es que queremos tener un lenguaje común. Pero, si no podemos expresar precisamente lo que sentimos, entonces, ¿cómo podemos recurrir a este lenguaje para describir categorías espirituales? El mundo espiritual es el mundo de las sensaciones. No hay cuerpos, únicamente deseos y sensaciones. Además, los cabalistas afirman que estas percepciones son absoluta y extremadamente precisas, y por esta razón requieren de un lenguaje exacto y puntual para describirlas.
Intenta hacer una evaluación fiel de tu estado de ánimo. Mediante un dibujo, compáralo con el de alguien más y luego dale un valor porcentual en relación a tu temperamento del día de ayer. Trata de expresar todos los matices de tus sensaciones en números, indicando hasta que punto tu humor depende de cómo te sientes (ansioso o cansado); crea alguna fórmula para el miedo y así sucesivamente. Vamos a darnos cuenta que en nuestro mundo, somos incapaces de medir nuestras sensaciones internas correctamente.
Por ejemplo, si toco algo caliente, la descarga en mi cerebro va a depender de mi estado anímico, la manera en que me siento, algún entrenamiento y otros parámetros individuales.
No sabemos como comparar el placer que nos proporciona la música con el que nos da la degustación de un platillo exquisito, en términos de valores porcentuales, cantidad y calidad. Pero si nuestro lenguaje es tan primitivo, limitado, subjetivo, e impreciso, ¿por qué los cabalistas pudieron emplearlo para describir absolutamente acciones sensoriales precisas, y por qué lo adoptaron en lugar de inventar uno propio?
Si se introduce un solo símbolo equivocado en la fórmula de una ciencia exacta, alguien familiarizado con ese símbolo, pero que no esté al tanto del error, no entenderá cómo obtiene los resultados. Los va a percibir como una afirmación científica totalmente artificial. Sin embargo, otra persona que no conozca los símbolos va a aceptar incorrectamente la afirmación como verdadera.

El Lenguaje de las Ramas

Los cabalistas optaron por emplear el lenguaje especial que llamamos “el lenguaje de las ramas”. La razón que tuvieron para tomar esta decisión es que todo lo que existe en nuestro mundo, (inanimado, vegetativo, animado, y los niveles humanos de la naturaleza) así como todo lo que les ha ocurrido en el pasado, lo que les sucede ahora, y lo que les acontecerá en el futuro, esto es, todos los objetos y lo que los rige, emanan del Creador y pasan a través de todos los mundos espirituales antes de aparecer en el nuestro. Este gobierno se renueva constantemente partiendo de arriba hasta descender a nuestro mundo.

Todo lo que existe en este nuestro mundo tiene su origen en el mundo Superior, con la suma de todas las cosas bajando gradualmente hasta nuestro mundo. Ya que llegan del mundo Superior, existe una estrecha conexión entre los objetos de este mundo, sus consecuencias, causas y orígenes, con el mundo espiritual.Los cabalistas que sitúan la conexión exacta, al ver el objeto superior (la raíz desde donde proviene todo) y el objeto en nuestro mundo (que, sin tener consciencia de ello, lo recibe todo de la fuerza Superior, que es su causa y energía rectora) conocen precisamente cada conexión. Por tanto, pueden nombrar, a las raíces del Mundo Superior con los nombres de sus consecuencias materiales; es decir, las ramas de nuestro mundo. Es por esto que lo llamamos “el lenguaje de las ramas” y no “el lenguaje de las raíces”. A las raíces se les ha llamado por los nombres de las ramas y no al revés. De esta forma, los cabalistas hallaron un lenguaje común que describe con exactitud el mundo espiritual. No puede existir otro, pues no tenemos vocablos distintos comprensibles para quienes existen en ambos mundos. Es por eso que, con el propósito de describir los Mundos Superiores, los cabalistas echan mano de las palabras de nuestro mundo para describir los objetos Superiores que son las raíces de los de este mundo.Sin embargo, si alguien no está consciente de este hecho, le va a parecer que el cabalista narra una historia de la vida diaria. Sus palabras, sin embargo, no confunden a un cabalista que ve claramente lo que en realidad trata el libro. Ellos saben con precisión que rama (es decir, efecto) de nuestro mundo, corresponde a su raíz en el Mundo Superior.
Siete días de la Creación (parte 1)
En el principio creó Dios los cielos y la Tierra. La Tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios flota por encima de las aguas. 
Dijo Dios:: ‘ Haya luz’. Y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien y apartó Dios la luz de la oscuridad.; y llamó Dios a la luz “día” y a la oscuridad la llamó “noche”. Y atardeció y amaneció: día primero.

Bereshit (Génesis), el primer capítulo de la Torá (Pentateuco) empieza con estas palabras que nos traen una cierta imagen. Hemos escuchado varias interpretaciones de estos párrafos a nivel de Peshat (significado literal). Sin embargo, estos razonamientos sencillos nos dejan una gran cantidad de preguntas; carecen de lógica y enfoque científico. Los cabalistas explican esto de la siguiente manera:
Todos los libros sagrados hablan solamente del mundo espiritual, de su creación y la creación de nuestro mundo a partir de él. Más aún, estos libros no solamente hablan de lo que existe allí sino que también nos enseñan a percibirlo.
El descubrimiento gradual del mundo Superior se llama la elevación espiritual de una persona, o los peldaños de la ascensión espiritual. Se utilizan varias técnicas para describir el mundo espiritual en los libros. La Cabalá es la ciencia que estudia la estructura del mundo Superior; utiliza el lenguaje de Sefirot, Partzufim, gráficos y dibujos para definirla. La Torá describe el mundo Superior utilizando el lenguaje cotidiano. También tenemos el lenguaje alegórico y el lenguaje de las leyes. Ahora, vamos a intentar traducir el lenguaje de la Torá al lenguaje cabalista.
La Torá relata la aparición del mundo Superior, su estructura y evolución para después proceder a explicar el proceso de nuestra creación. Pero no habla de ninguna persona en nuestro mundo.
La Torá habla de la creación del deseo de recibir (llamada el alma de Adam) y la meta de llenar de deleite eterno y absoluto a esta creación-deseo-alma. El deseo de complacencia es la única creación. Aparte de esto sólo está el Creador. Por tanto, además del Creador no hay nada más que diversos niveles del deseo de recibir placer.
Esto es lo que ocurre en nuestro mundo. Lo único que diferencia a todos los objetos entre sí, es la cantidad del deseo de recibir placer que tienen, lo cual determina todos sus atributos. El deseo de recibir placer tiene cinco niveles, y estas partes de deseo-creación se llaman Sefirot que son Keter, Jojmá, Biná, Tifferet, y Maljut. El Creador desea llenar de placer a la creación hasta el punto en que esta perciba perfección y eternidad. La razón es que el mismo Creador tiene este estado particular y su voluntad es otorgarlo a sus criaturas.
El Creador es perfecto y único. Siendo perfecto, Él otorga perfección, su propio estado a sus criaturas. Es por esto que la meta de la creación es alcanzar la perfección del Creador, y poder recibir lo que el Creador desea dar.
La Cabalá no aborda los sucesos de nuestro mundo. Investiga lo que acontece en el mundo Superior, que es de donde descienden todos los poderes a nuestro mundo y generan e inducen lo que ocurre aquí. Al aprender la Cabalá, el individuo empieza a percibir el mundo Superior; puede llegar hasta el Creador y la forma en que Él creó el mundo espiritual. En la Cabalá, a esto se le llama “El primer día de la Creación”. Las siguientes acciones del Creador (que se llaman los días subsiguientes), fueron la creación de las fuerzas que rigen al mundo Superior. La sexta y última acción del Creador (el sexto día de la Creación) fue la creación de Adam.
Puesto que Adam fue la creación final del Creador, él es el propósito de la Creación entera. Todo lo que se creó antes que él, fue creado para él. ¿Así es que, cuál es el destino de Adam? Adam debe alcanzar equivalencia con el Creador, volverse completamente igual a Él, y conducir su existencia y su propio destino. Y además tenemos la obligación de llegar a este estado de elevada perfección por nuestros propios medios. Alcanzarlo por nuestros propios medios significa que primero tenemos que experimentar el estado más vil (opuesto al estado del Creador), para después ascender por nuestra propia voluntad.
Con la ayuda de la Cabalá, el individuo ve ambos, nuestro mundo y el mundo Superior, así como la interacción entre ellos. La información emana desde el mundo Superior y se materializa ante nuestros ojos. Nuestra reacción (que llega desde arriba en la forma de información), sube nuevamente al mundo Superior y determina la manera (buena o mala) en que nuestro futuro va a descender y materializarse. Por tanto, el Creador (que está en el máximo nivel), hizo a la Creación con el atributo opuesto a Él. La llenó con luz, y más adelante al vaciarla de luz, la bajó a la condición de “nuestro mundo”.

Siete días de la Creación (parte 2)

Al ir subiendo los peldaños de la escalera espiritual, la creación se va haciendo merecedora de recibir el placer que es muchas veces, más grande que lo que tenía antes de descender a este mundo. Más aún, la creación debe tener el vigor y la oportunidad de actuar libremente entre dos fuerzas opuestas, su propio egoísmo, y el Creador, para después elegir su sendero de manera independiente.
Para que estas condiciones se encuentren a la disposición de la Creación, el Creador hacer lo siguiente:

● Toma distancia completamente de la creación.
● Le da la oportunidad de evolucionar y alcanzar Su existencia
● Le brinda la posibilidad de elegir con libertad

El Creador nos presenta estas condiciones gradualmente. En un principio, la creación al sentir al Creador (inundada con su luz) no es independiente. Se encuentra completamente neutralizada por la luz que le dictamina sus propias reglas y transfiere sus atributos. Con el fin de que su creación sea independiente de Él, debe distanciarse completamente de ella. En otras palabras, la creación, al librarse de la luz gana libertad en sus acciones. Al la expulsión de la luz del Kli (vasija) se le llama Restricción.
La Torá empieza con las palabras “en el principio” (Bereshit), que es el comienzo del proceso de distanciamiento del Creador de su creación. La palabra Bereshit tiene su raíz en la palabra Bar, “fuera”. Esto es, nos está narrando la partida del Creador para quedar separado, entre el cielo y la Tierra. “En el principiocreó Dios el cielo y la Tierra”. El cielo es la Sefira Biná con sus atributos altruistas. La Tierra es Sefirá Maljut con sus propiedades terrenales y egoístas. Entre estos dos atributos polarizados, que sientan las bases del sistema entero de la existencia, flota nuestra alma.
La Torá empieza con el nacimiento de la Creación, el Mundo Superior y la creación del hombre. No empieza con el fin de la Creación. La función de la Tora es instruir a la gente de este mundo, para que pueda elevarse al estado más perfecto. En la fase inicial, la creación (o el alma de Adam) no se encuentra corregida. Debe hacerlo por sí misma y alcanzar la “Corrección Final”. Supón que tienes una herramienta rota, que necesitas para trabajar. Lo que corresponde primero es repararla y utilizara sólo después. Así pues, la Torá es el instructivo para componer el instrumento roto: el alma que recibimos desde arriba.
Durante la corrección, el individuo existe entre dos mundos: el de arriba y el de abajo. En el proceso de corrección, el alma obtiene la destreza necesaria, el conocimiento y experiencia. Y lo más importante, adquiere nuevas sensaciones y nuevas propiedades espirituales. Cuando una persona corrige su alma plenamente, alcanza atributos que le permiten existir en el mundo Superior absolutamente, en la eternidad, en la paz, y la perfección.
Ni las fuentes cabalistas, ni la Torá describen este estado especial. Es imposible describirlo, pues nuestro lenguaje no permite hacer una analogía. Sólo aquellos que han pasado todos los estados preliminares de corrección y llegan a la Corrección Final alcanzan este estado. Aquello que está más allá de la Corrección Final no ha sido descrito en ninguna parte. En esto concluye exactamente “Los Secretos de la Torá”.
Sólo hay algunas alusiones en algunos libros como El Zohar y el Talmud. A estos estados secretos tan especiales se les llama Maasé Merkava y Maasé Bereshit. Pero son solamente indicios. En realidad, estos estados, reinos espirituales, no pueden ser descritos con vocablos, porque nuestras palabras, letras, o términos los tomamos de nuestro sistema de corrección y sólo son efectivos allí. Nosotros no estamos conscientes de lo que existe más allá del sistema de corrección, y no lo podemos trasponer al lenguaje humano ni comprimir dentro de nuestro sistema de definiciones y creencias.
“En el principio, creó Dios el cielo y la Tierra” se refiere a la creación de dos atributos: egoísmo y altruismo. El atributo egoísta de, “la Tierra se corrige con la ayuda del atributo altruista del ‘cielo’”. El proceso de corrección consta de siete estados a los que se les llama, “los siete días de la Creación”. Naturalmente, este es un nombre condicional. No tiene relación alguna con los siete días terrestres; tampoco se refiere al día o a la noche, la luz y la oscuridad en la Tierra. Más bien, denomina los estados y sensaciones espirituales de alguien que atraviesa estos estados de corrección. Habla del sistema en el cual, nuestra alma se corrige durante su existencia en el nivel que llamamos “Tierra”.
Es necesario que el alma se eleve del nivel Sefira Maljut al nivel Sefira Biná. Lo anterior significa que el atributo egoísta de Maljut tiene que transformarse al atributo altruista de Biná. Se puede lograr con las siete correcciones consecutivas que se les dice “siete días de la semana”. La Torá explica lo que el hombre debe hacer con su alma “en cada día”.



















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