El libre albedrío:
“Es una opinión general que la libertad está considerada una ley natural que se aplica a todo lo que está vivo. Podemos ver como los animales que caen en cautiverio mueren cuando se les priva de su libertad. Es correcto afirmar que la providencia no acepta la esclavitud de ninguna criatura. Ha sido uno de los principales motivos por los que la Humanidad ha estado luchando en los siglos pasados hasta conseguir cierto grado de libertad para el individuo.
Sin embargo, el concepto expresado en esa palabra – “libertad” – resulta confuso. Y si investigamos esta palabra con el corazón, apenas encontraremos algo más. Porque antes de buscar la libertad, debemos asumir que en sí mismo y por sí mismo cualquier individuo, tiene esa cualidad que llamamos libertad, es decir, que puede actuar libremente según su propia opción.”
El Placer y el Dolor
Es así, que cuando examinamos los actos de un individuo los encontramos forzados. Se le obliga a hacerlos y no tiene ninguna libertad de elección. En cierto modo, es como una comida, que se está cocinando en una estufa; y que no tiene otra opción que ser cocinada. La Providencia ha engarzado la vida con dos cadenas: placer y dolor. Las criaturas vivientes carecen de libertad para elegir entre el placer y el dolor, y la única ventaja que tiene el hombre sobre los animales es que se puede proponer un objetivo lejano. Es decir, puede estar de acuerdo en elegir ahora cierta cantidad de dolor, con la esperanza del beneficio o del placer futuro que alcanzará después de un tiempo.
Pero de hecho, aquí no hay más que un aparente cálculo comercial. Es decir, el placer o el beneficio futuro, parecen mayores que la agonía o el dolor que sentimos en el momento. Sólo se trata de una operación de descuento, el dolor se deduce del placer al que se aspira, y nos queda un beneficio extra.
Así que sólo prolongamos el placer. Y a veces ocurre, que uno se atormenta, porque no logra el placer que busca, el beneficio añadido que esperaba, lo compara con la agonía sufrida, y tiene pérdidas. Como hacen los comerciantes.
Después de todo, aquí no hay ninguna diferencia entre el hombre y el animal. Y si ese fuera el caso, no existe en absoluto ninguna libertad de elección, sino una fuerza que tira, que nos atrae hacia cualquier placer momentáneo, y nos aleja de las circunstancias dolorosas. Y la providencia les conduce al sitio que quiere mediante estas dos fuerzas, sin pedir opinión sobre el asunto.
Incluso la determinación del tipo de placer o del beneficio, no está completamente fuera del propio libre albedrío, sino que se sigue el deseo de otros. Por ejemplo: me siento, me visto, hablo, como. Hago todo esto no porque quiera sentarme así, o conversar así, o vestir así o comer así. Lo hago porque los otros quieren que yo me sienta, me vista, hable y coma de esta manera; está de acuerdo con los deseos de la sociedad, no con mi propio libre albedrío.
Además, en la mayor parte de los casos, hago estas cosas contra mi voluntad. Porque me sentiría mucho más cómodo comportándome de una manera más sencilla, sin llevar ningún fardo. Pero estoy encadenado con cada movimiento a los gustos y los modales de otros, que constituyen la sociedad.
Entonces me preguntas, ¿dónde está mi libre albedrío? Por otro lado, si asumimos que la voluntad no posee libertad alguna, todos parecemos máquinas, manejados y creados por fuerzas externas, que las hacen funcionar en la forma en que trabajan. Lo que significa que estamos encerrados en la prisión de la providencia, que, usando estas dos cadenas - el placer y el dolor – nos empuja y nos tira a su voluntad, donde le viene en gana.
Pareciendo entonces que no hubiere egoísmo en el mundo, porque aquí nadie es libre ni responsable de sus actos. No soy el dueño del acto, no soy quien lo realiza porque quiera realizarlo, sino que lo realizo de una manera obligatoria, sin consideración a mi propia opinión. Por lo tanto hay que considerar extintos la recompensa y el castigo.
Esto resulta muy raro para el ortodoxo, que cree en Su providencia y puede confiar y apoyarse en que Él solo pretende lo mejor en cada acto, aún lo es más para quien solo cree en la naturaleza ya que, según lo anterior, estamos todos encarcelados por las cadenas de una naturaleza ciega, sin conciencia ni responsabilidad. ¿Y nosotros, la especie escogida, de mente y conocimiento, nos hemos convertido en un juguete en las manos de la ciega naturaleza, conduciéndonos por mal camino, quien sabe dónde?
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