Octava Cualidad:
Su boca sólo debe proferir el bien, toda palabra pronunciada debe estar sujeta a la Torah y al cumplimiento del bien. Jamás debe pronunciar palabras reprobables, ni lanzar maldiciones, ni proferir palabras enojosas, ni permitir que palabras frívolas se escapen de su boca. Debe asimilarse a esa suprema Boca que nunca se cierra, que nunca calla y que permanentemente profiere el sonido del bien. Por ello el hombre siempre debe hablar bien de todo, y medir sus palabras de acuerdo con la bondad y la bendición. Estas ocho buenas cualidades, todas ellas bajo el estandarte de la humildad, son las que se encuentran en los mundos más elevados, en la Corona, entre los supremos Miembros*67. Si un hombre quiere acercarse a los mundos más elevados, debe asemejarse a Él y abrir las fuentes celestiales de bendición para alimentar a los que están abajo, por lo que le conviene estar bien versado sobre estos dos capítulos*68. Ciertamente resulta imposible comportarse constantemente según la obediencia de estas cualidades, por ello existen otras cualidades en las que todo hombre debe estar bien versado, a saber, las cualidades más bajas del Poder, como explicaremos más adelante. Pero cuando los Poderes no ejercen su función porque los hombres no tienen necesidad de ellos, reina la Corona: es el tiempo de la Corona, y entonces es necesario recurrir a las cualidades mencionadas.
_____________________________________________
*66 Prov. XVL 15.
*66 Prov. XVL 15.
*67 Sin perder de vista la unidad última que conforman las diez sefirot, entre las tres sefirot superiores, Corona, Sabiduría e Inteligencia, las tres sefirot de la cabeza, Cordovero establece una suerte de identidad especial, ya que todas ellas representan diferentes aspectos de la manifestación de la totalidad de la voluntad divina en su estado potencial e indiferenciado. En este sentido puede entenderse que las cualidades de Keter puedan ser dichas indistintamente de Hokmah y Binah, en tanto que mediadoras o canalizadoras de estas cualidades que, en rigor, son propias de Keter.*68 Las cualidades de Keter constituyen los principios más generales del obrar divino, principios generales que, como tales, contienen en ellos los aspectos particulares. Así pues, cuando el hombre imita las
cualidades de la corona, su comportamiento se está situando en los estadios más elevados o, dicho de otro modo, su acción ha penetrado en los misterios y en la raíz última del orden divino. Por ello el sentido de este actuar queda dirigido según una dirección únicamente descendente. "Así como el todo indiferenciado se manifestará en sus aspectos particulares, el hombre también deberá comportarse según unas cualidades particulares.
Las otras cualidades, a pesar de que en su momento son requeridas para el servicio divino, no son reclamadas en este momento, es decir, el hombre no necesita acudir a las cualidades del rigor puesto que son anuladas por la luz de la Corona. Durante el Sabat, por ejemplo, cuando se endulza el mundo según el secreto de la complacencia *69, el Tribunal de Justicia no sienta juicios, pues debe hacer uso de aquellas cualidades a fin de abrir las fuentes más elevadas. Pues si un hombre, durante sus oraciones, dirige sus pensamientos hacia la luz de la Corona pero en sus acciones se comporta contra ella, ¿Cómo puede abrirse la Fuente de la Corona si se está alejando de ella por sus hechos? ¿No es éste un argumento a fortiori? Si la Corona, la sefirah suprema, no puede prescindir de los poderes de juicio santo e ira santa *70, tampoco será capaz de extender su luz sobre el hombre que incita la ira externa, aunque sea en nombre del cielo. Y si busca incitar la luz a pesar de todo, las cualidades más elevadas dirán entre ellas: “¡Cuan presuntuoso es éste! La luz de la Corona no nos ha sido revelada a pesar de nuestro santo y puro juicio, y todavía se atreve a pedir que le sea revelada, a pesar de haber provocado la ira con sus malas acciones”. Por consiguiente todo hombre debe dirigir sus pensamientos hacia estas cualidades en las fiestas, en el Sabat, en el Día del perdón y cuando está orando o estudiando la Torah, pues no son estos los periodos propios de los poderes divinos sino los tiempos de revelar la Voluntad más elevada. El resto del tiempo debe recurrir a las demás cualidades para servir al Señor, para que los indignos no se hallen bajo el mando del hombre a no ser para su propio perjuicio, como explicaremos más adelante. Sólo entonces el recurso a esas cualidades será adecuado y el Altísimo abrirá sus fuentes. Por ello es conveniente acostumbrar al hombre a estas cualidades poco a poco, y la principal cualidad a la que debe rendirse es a la Humildad, pues es la clave de las demás cualidades, la rectora de todas ellas, el primer aspecto de la Corona bajo la que todo está contenido. Por medio de la humildad descubre el hombre que no hay nada de valor en él, por ello dijo el humilde: “¿Qué somos ante aquél que lanza sus quejas sobre nosotros?
_____________________
69 Zohar II, 88 a-b.
70 Pues están ínsitos en ella.
”71, hasta que ve con sus propios ojos que es la más baja de todas las criaturas y la más despreciable y aborrecible. Por ello, al esforzarse en adquirir esta cualidad, el resto de las cualidades buenas le seguirán como a una estela. Por la primera cualidad de la Corona se considera a sí mismo como nada frente al Uno de quien emana. Por ello todo hombre debe considerarse así mismo como nada y entender que su anterior no-existencia es mejor que su propia existencia. Como consecuencia de ello se comportará hacia aquéllos que le ofenden como si éstos tuviesen razón y como si él fuera el malhechor. Y éste será el medio de adquirir para sí las buenas cualidades. Ahora mostraré la manera por la que el hombre puede acostumbrarse a estas cosas poco a poco, de modo que pueda curarse de la enfermedad del orgullo y pueda traspasar las puertas de la humildad. El remedio se compone de un ungüento de tres bálsamos. El primero consiste en huir de los honores en la medida de lo posible, a fin de impedir que tales honores alimenten su orgullo y su naturaleza halle satisfacción en ellos, cosa esta de difícil cura. El segundo consiste en amaestrar sus pensamientos y estimar sus propios méritos diciendo: “¿Qué importa si los demás no saben cuan despreciable soy, si yo mismo desconozco en qué cosas soy despreciable?”, por su falta de conocimiento o por su falta de poder, sufre el oprobio del excremento tras la ingestión hasta llegar a ser despreciable ante sus propios ojos. El tercero consiste en reflexionar constantemente sobre sus propios pecados, persiguiendo la pureza a través del reproche y el sufrimiento, y diciendo: “¿Qué importa padecer los mayores sufrimientos si no impiden que siga siendo un siervo de D-os?”. No hay nada mejor que poner una valla ante el insulto y el desprecio. Por ello recibirán de Él toda su fuerza y no enfermarán, ni su alimento ni sus ropas serán mancilladas, ni tampoco su vida ni las vidas de sus hijos. Y según este designio dicen: “¿Por qué debo afligirme para servir a D-os cubriéndome con vestimentas de saco y castigándome con flagelaciones, debilitando con ello mis fuerzas?”. Mejor es que sufra el insulto y el desprecio de los hombres a que mi fuerza se aleje y se debilite”. De este modo, al recibir insultos se regocijará en ellos e incluso llegará a desearlos. De estos tres ingredientes debe elaborarse el ungüento para el corazón, acostumbrándolo a él por todos los días de su vida. He encontrado aún otra medicina que también resulta adecuada, aunque no es tan vigorosa como la anterior.
__________________
71 Ex. XVI, 7.
Consiste ésta en que el hombre se habitúe a hacer dos cosas: en primer lugar, honrar a todas las criaturas, pues en ellas está comprendida la excelencia de la naturaleza del Creador, que creó al hombre con Sabiduría*72, y obrando así con todas las criaturas, la sabiduría del Creador está con él. Con esta actitud honra al Creador de todas las cosas, pues el más gran Sabio se ocupó de ellas; si por el contrario, D-os no lo permita, las desprecia, el hombre menosprecia a su Creador. Esto puede compararse a un sabio artesano que modela con gran habilidad una vasija y se la muestra a los hombres, y uno de ellos se burla y habla a la ligera de él. ¡Cuan enojado se sentirá el sabio al ver despreciado el trabajo de sus manos y, con ello, su propia sabiduría! Del mismo modo está mal visto a los ojos del Santo, bendito sea, que cualquiera desprecie a alguna de sus criaturas. Por eso está escrito: “Múltiples son tus obras*73” y no “Grandes son tus obras”, “rabbu”, de la expresión “rab veto*74”, que significa “muy abundante”. Tú lo hiciste todo con sabiduría, por ello la sabiduría está unida a ellas; tus obras son grandiosas e importantes, por ello conviene al hombre ver en ellas tu sabiduría y no despreciarlas. En segundo lugar, conviene que el hombre lleve grabado en su corazón el amor hacia los demás hombres, mostrándose amoroso incluso con el malvado, como si todos los hombres fuesen sus hermanos, manteniendo esa llama hasta que el amor hacia el prójimo quede firmemente establecido en su corazón. El hombre debe amar incluso al malvado siguiendo el mensaje que le dicta el corazón: “¿Cómo podría volver a estos virtuosos y llevarlos al arrepentimiento, para que todos sean grandes hombres, dignos del Omnipresente?”; por ello dijo el amante fiel de todo Israel: “Quiera el Señor que todas sus criaturas sean profetas”75. ¿Y cómo puede llegar a sentir amor hacia ellos? Llevando en su pensamiento sus buenas cualidades, omitiendo sus defectos, negándose a incidir sobre sus faltas y centrándose únicamente en sus buenas cualidades. Debe decir: “Si este aborrecible mendigo fuese rico y poderoso me regocijaría en su compañía como me regocijo en compañía de otros. Pero si le vistiese con los hábitos de otro, ¿Qué diferencia habría entre él y su superior? ¿Por qué es entonces su honor inferior a mis ojos?. Y sin embargo, no sucede así a los ojos de D-os, que es superior a mí, y que tiene piedad de él por su sufrimiento y su pobreza y lo limpia de pecado; así pues, ¿Por qué debo mostrar odio por una criatura a la que el Santo, bendito sea, muestra sus amores?”. De este modo el corazón de este hombre vuelve su vista hacia las buenas cualidades y se acostumbra a ponderar en todas las cosas las buenas cualidades de las que hemos hablado.
72 Cf. Sal. CIV, 24.
73 Sal. CIV, 24: (mah rabbu ma'aseyka).
74 Aquí Cordovero se remite a la expresión utilizada en Ester I, 8: III, 3. (kol rab beto), “con abundancia para todos”.
75 Num. XI, 29.
No hay comentarios:
Publicar un comentario